Lorena Miño Dávila. Un curso de amor
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"Leer" o "hacer", esa es la cuestión

Hay una diferencia fundamental entre leer el Curso y “hacerlo”: la misma que existe entre leer la guía de un viaje y hacer realmente ese viaje. En la primera opción, el receptor del Curso es la mente de un ser separado. Lo que esa mente haría sería, meramente, recoger información y catalogarla en estructuras mentales limitadas y condicionadas. Por otra parte, esa mente no sería sólo la receptora del Curso, sino que incluso querría erigirse en la guía que nos dirigiera en ese camino.

Dado que éste es un viaje destinado a llevarnos hacia la inmensidad ilimitada que realmente somos, la mente de un yo separado no está capacitada para servirnos de guía. Necesitamos, para desempeñar esa función, a alguien que haya hecho ya ese camino, desde donde hoy estamos, hacia quien realmente somos. Ese guía es Jesús. Por eso, desde las primeras páginas, él nos pide que renunciemos a ser nuestros propios maestros, con el fin de sortear a nuestra mente separada, que nos impediría hacer verdaderamente este viaje de transformación.


Rendida nuestra mente, y con Jesús de guía, sí es posible emprender la valiente empresa de abrirnos a zonas no exploradas de nosotros mismos. Nos adentramos así en el terreno del corazón, que es el núcleo de nuestro ser. El corazón sólo sabe unir, ver lo que hay en común, aprovechar todo para cumplir su anhelo de retornar al Amor. Por eso, sin ningún esfuerzo el corazón asumirá la tarea de unirse a la mente. Tras esta primera unión, la unión con Dios se vuelve inevitable.


Un requisito importante para que no sea la mente separada quien reciba el curso es que nos detengamos en cada capítulo durante un tiempo generoso. Es fundamental que hagamos paradas en este viaje, para permitir que el paisaje que cada capítulo nos ofrece, entre en nuestras retinas y se integre en nosotros.

Hacer el Curso en compañía de personas que estén comprometidas con el mismo propósito, resulta esencial. Para “vivir como si la verdad fuese la verdad” (como dice Jesús), y no como si la ilusión fuese la verdad (que es como vivimos), es necesario tener compañeros de viaje que estén dispuestos a transformar radicalmente su mirada, y que comprendan y transiten con nosotros los cambios profundos que atravesaremos.


Acompañarte en este camino, para que llegues al puerto previsto por Jesús, es la función de mi vida. Para eso, debemos poner mucha atención en no sucumbir a los hábitos del pasado, que nos desviarían del rumbo deseado, tentándonos como lo hicieran las sirenas con Ulises. Si quieres hacer este viaje conmigo, te ofrezco mis dos manos. Mi experiencia, mi entusiasmo y mi voluntad firme de expresar al ser que Dios creó, están a tu servicio. ¡Sírvete!



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